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Glory Hole: Parada en el camino

Desde hace tiempo Bob planeaba visitar a sus padres, tenía rato que no los veía y pensó que ya era momento de pasar a saludar. Tenía en mente disfrutar del viaje, así que decidió no ir en avión como siempre hizo, sino atravesar el país en su auto. Él no iría solo, lo acompañó su esposa Olivia, que no compartía las ganas de recorrer cientos de kilómetros en la lata de atún que tiene su marido por vehículo.

Se puede decir que son una pareja dispareja. Él con 45 años, tiene una barriga abundante, resultado de años de dedicación a la cerveza, semicalvo, aunque con casi dos metros que lo vuelven imponente. También es impotente, el tamaño de su cuerpo no corresponde con el de su pequeño pene, afectado por la disfunción eréctil. Por su parte, Olivia es una mujer guapísima, 34 años bien llevados, entre idas al gym que le permiten tener un culo sumamente provocativo y algunos retoques quirúrgicos, como en el aumento del tamaño de sus tetas, que son unas tetazas. Sus cabellos negros rizados que junto a su tono de piel moreno, la hacen ver como una diosa.

El problemilla de su marido afectó bastante su relación, que se convirtió en algo de amor-odio, más odio que amor. Para saciar su sed de sexo tiene que recurrir a la masturbación. Si bien ha tenido muchas propuestas de todo tipo de hombres y casi cae en tentación, seguía siendo fiel a su marido como juró ante Dios.

Serían eso de las 3 de la tarde, cuando Olivia sintió un fuerte cólico, le entró una necesidad tremenda de cagar. Lo peor es que desde la mañana no habían visto rastro de civilización, cuando también los molestaba el hambre, la sed, el calor e incluso el combustible. La tensión entre ellos dos iba en aumento, al punto de ofenderse.

—¡Maldito seas, Bob! ¡Eres muy imbécil! De haber tomado un vuelo no estaríamos pasando por estas —recriminó Olivia a su esposo 

—Deja de fastidiarme, que siempre quieres hacer todo a lo fácil. ¿Acaso no valoras esto, que lo hago por ti? —respondió él.

—¿Perdona? Te recuerdo que estamos en medio de la nada por tu tonta idea de disfrutar el viaje. Me muero de la sed y estoy que me cago.

—¡Te callas! Esperas a que encontremos una gasolinera, allí podrás beber, comer, cagar y lo que se te antoje, o si no ahí tienes todo ese desierto que puedes usar como baño.

Siguieron por el camino chistar palabra. Un par de kilómetros más adelante por fin divisaron una gasolinera. Una mueca de alivio se reflejó en la cara de Olivia.

—Bendito sea Dios. ¡Por fin! —exclamó alegre Bob.

Al llegar, lo primero que ella hizo fue correr hasta la tienda de la gasolinera para pedir un baño. Ese día tenía puesto una minifalda de jean, blusa de tirantes blanca, tacones que la hacían ver más alta y junto a la minifalda, sus piernas más largas. De ropa interior, sostén negro y tanga diminuta tipo hilo del mismo color.

La tienda, a simple vista un lugar de mala muerte, estaba atendida por un anciano delgado y bajo. También había un tipo de unos 23 años al fondo del local acomodando unas bebidas en un viejo refrigerador. El joven, con una piel blanca, era alto, delgado, se alcanzaba a ver sus ojos verdosos, rubio y con algo de chivera. Olivia le dedicó una mirada de arriba abajo, ignorándolo inmediatamente, dirigiéndose al anciano.

—¿Podría prestarme su baño? —preguntó de forma algo despectiva.

—Siga por allá, es la puerta de la derecha —dijo el viejo, señalando una de las puertas al final del pasillo.

Olivia corrió disimulando su necesidad, pasando al lado del joven, que al verla entrar al baño, le lanzó una mirada al viejo, que asintió con la cabeza dando algún tipo de señal. El joven se dirigió hacía la puerta del baño, poniendo su oído con precaución.

El baño era lo más asqueroso y nauseabundo que podía existir, un mal olor muy fuerte y penetrante, el espejo totalmente sucio, la bombilla con un  deficiente luz parpadeante, las paredes rayadas con todo tipo de groserías y dibujos obscenos, además de un extraño agujero en la pared.

Aguantando el asco, la mujer desabrochó su minifalda, bajándola junto con la tanga, disponiéndose por fin a liberar sus intestinos. Luego de aquella placentera cagada, se fijó que no había papel por ningún lado, estaba tan apurada que no se fijó en ese detalle. Poniéndose algo nerviosa, pensó qué hacer, cuando oyó que al lado se abrió una puerta, dejando ver una sombra que se alcanzó a ver por el hoyo de la pared, luego la puerta volvió a cerrarse. Con curiosidad, se asomó para tratar de ver algo.

—¿Hola? ¿Hay alguien que pueda ayudarme? —preguntó, esperando obtener respuesta.

—Hola —se oyó del otro lado, con una voz masculina.

—¿Podría ayudarme? Lo que pasa es que no me percaté que su baño no tenía papel.

—¿Qué me das a cambio? —contestó el hombre.

—¿Qué? Bueno, ahora no trato un centavo conmigo, pero al salir mi marido le puede pagar —respondió Olivia.

—No, no quiero dinero. Quiero otra cosa, quiero una prenda tuya —declaró él.

—¡Puede irse a la mierda! —exclamó enfadada.

—La que se debe preocupar por cuestiones de mierda eres tú. Jajaja

—Es usted un degenerado, un pervertido. Cuando salga de aquí voy a denunciarlo. Mi marido le dará una paliza. Yo… carajo —amenazó, aunque inmediatamente recordó en el lugar y la situación en la que se encontraba, no estaba en posición de quejarse—. Está bien, te voy a pasar mi tanga, ¿dónde la dejo?

—Ponla acá —manifestó el muchacho.

Olivia se quitó rápidamente la tanga, mientras que por el agujero emergió un imponente pene erecto de unos 20 cm. Quedó estupefacta, mostrando cara de sorpresa, pero a la vez algo de miedo. Del otro lado estaba un pervertido, sin embargo algo se activó dentro de ella al ver semejante garrocha apuntando a su cara. Desde su matrimonio no había visto otro pene que no fuera el de Bob, que bastante más pequeño sí que era. Saliendo del pequeño trance en el que estaba, enrolló la tanga alrededor de esa barra de carne, cuidando no tocar. El pene desapareció y a los pocos volvió a salir con un poco de papel, que quitó también con cuidado. El pene se perdió nuevamente y ella por fin realizó el acto de higiene.

Aturdida todavía, notó que estaba algo mojada, por lo que nerviosa, se apuró en colocarse su minifalda y tirar de la cadena para marcharse. Oh, sorpresa, el tanque no tenía agua, ahora sí que estaba enojada. Se agachó muy molesta al hoyo para quejarse.

—¡Maldita sea! ¡Eres un completo hijo de pu…

Su grosería se vio interrumpida cuando su nariz fue golpeada por el glande de ese pene dotado.

—Pero no te enojes. Jajajajaja —expresó descaradamente el tipo—, mejor chupa un poco, que yo limpio tu desastre y quedamos en paz.

Fastidiada por la actitud del idiota, Olivia agarro ese tronco, notando el calor en su mano, le pegó un buen chupón al glande. Su ritmo de mamada fue intenso desde un inicio. Llevaba tiempo sin mamar una verga, aunque lo estaba haciendo con dedicación, se notaba por los jadeos que se lograban escuchar del otro lado. Dejó la cabeza para empezar a lamer con la lengua los huevos, así recorriendo todo el tronco hasta llegar a la punta, haciendo varias repeticiones de este ejercicio.

En medio de la excitación por la felación que estaba haciendo, una de sus manos fue de forma inconsciente hasta debajo de su falda, directamente a su vulva. Con la otra mano masturbaba el pene. Empezó a introducir toda esa carne en su boca, hasta lo más profundo de su garganta. Hacía rato no disfrutaba mamándo un buen trozo, con su marido nunca lo gozó, por lo que la repentina experiencia que estaba teniendo, junto a su intensa frotación del clítoris, ocasionó que el orgasmo llegara de forma inevitable. Los fluidos que emanaban de su sexo fueron llegando al suelo, o untándose con el interior de la minifalda y sus piernas.

Los espasmos de su cuerpo por llegar al clímax, hicieron que el ritmo de mamada bajara un poco. Aquel miembro viril estaba totalmente bañado en su saliva, lo sacó de su boca, pajeándolo, mientras aumentaba nuevamente el ritmo del mantel, haciendo que el cabrón pegará un berrido de placer.

—¡Ohhhhhhhh! ¡Dios, me corroooo!

—¿¡Qué!? —preguntó ella, sorprendida.

De repente un par de potentes chorros de semen salieron disparados directo a su rostro, pelo y blusa.

—¡Hijo de puta! Me acabó encima, idiota —exclamó ella, viendo que seguían saliendo chorros más débiles que seguían cayendo en su ropa—. Ahora tendrá que limpiar todo este desastre.

—Ten, para que te limpies, zorra —dijo el descargado hombre, mientras le pasaba más papel—. Y tranquila, yo limpio. Soy hombre de palabra.

Olivia con el papel se limpió lo que pudo y como pudo. Se marchó del lugar con una sensación de vergüenza, asco y, por supuesto, excitación. Su marido Bob la esperaba en el auto.

—Pero vaya que sí estabas atascada jajajaja —dijo en tono burlón—, casi no sales. Mira, tu blusa y falda están todas manchadas, deberías aprender a usar el baño.

—¡Cállate y vámonos! —reprochó ella, notablemente nerviosa.

Siguieron su camino, Bob sin darse cuenta de que lo que su esposa tenía en la ropa era leche de hombre. Olivia, por su parte, no pudo dejar de pensar en la experiencia que acabó de tener, al final sentía felicidad en su interior por liberar de alguna forma ese deseo que ha cargado por mucho tiempo, que se marido no fuera cuenta de nada, la ponía más caliente. Esa noche la paja que se hizo fue brutal.

FIN

Autor: ZONA MORBOSA

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