Cuando nos casamos, mi marido ya tenía su empresa de transporte con varias furgonetas. Sus mejores amigos eran Lorenzo, propietario de un taller, a quien llevaba los vehículos para su mantenimiento y Daniel, propietario de la peluquería del barrio. Cuando la empresa creció, decidimos mudarnos a otra parte de la ciudad, más lujosa. Posteriormente, todo se complicó y tuvimos que cerrar el negocio y Alberto, mi esposo, ponerse de nuevo a trabajar repartiendo. Conservábamos nuestra antigua casa, y aunque estaba hipotecada, era amplia, un chalé adosado y volvimos al barrio. Al principio, organizábamos cenas con sus amigos y esposas. No me caían bien, pero seguimos yendo hasta que nos mudamos, donde tuve la excusa perfecta para dejar de verlos, a ellos y a sus insoportables mujeres. Los niños se llevaban bien, nuestro hijo Arón, el hijo de Lorenzo, Javi y el de Daniel, Álvaro, se llevaban muy bien entre ellos. Aquel sábado mi hijo Arón, Javi y Álvaro, se pasaron la tarde en casa. Alberto que...
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